¿Quién soy yo?
Soy Muma para los que me conocen y Luz Marina para los que no. Nací hace casi 45 años en Valledupar, exactamente a las 06:15 am en la Clínica Solma, la única clínica existente en esa época que mi padre fundó en sociedad con un gran amigo y compadre.
Soy de ascendencia guajira, argentina, española e italiana, pero ante todo soy vallenata, tan vallenata como el Río Guatapurí o como el mismísimo Compae Chipuco. Algo curioso, ya que desde niña salí de Valledupar, me eduqué en España y Argentina y he vivido en seis países diferentes; pero ni el acento de esos lares conservo aunque si es de imitarlos lo hago a la perfección; y es porque me gusta más mi entonado y característico hablao vallenato. Muchas veces siento que hablo así adrede, para no dejar dudas que de aquí soy y que me siento muy orgullosa de serlo.
Quise estudiar antropología, arqueología, geología e incluso ser piloto de aviación, pero mis ganas se desvanecían a medida que avanzaba en la secundaria; por lo que terminé estudiando, la carrera más útil en países como los que yo vivía, cuya economía se basa en el turismo. Fue así como terminé en Buenos Aires administración de empresas hoteleras.
Mi padre, liberal acérrimo y patriota de los que no quedan, desde nuestra partida nos repetía que debíamos “capacitarnos para regresar a servir a la patria”, por lo que a ninguno de los seis hermanos se nos ocurrió nunca no regresar a Colombia. Y aquí estamos, todos intentando servirle a la patria aún en contra de ella, cada uno desde su propio campo de acción, sorteando toda clase de obstáculos, de esos que se le atraviesan a uno cuando de desarrollarse se trata.
Pero qué decepción, llegar a la patria fue tan brusco como inentendible. Esa patria con la que nos alimentaban las palabras de mi padre no nos estaba esperando, y menos aún los compatriotas ni nuestros coterráneos. Fue difícil descubrir que aquí, a diferencia de cómo ocurría en los ya conocidos países, la gente valía por lo que tenía y no por lo que era, y que para ser además debías tener el guiño de algún político, de lo contrario, en una ciudad carente de empresa e industria, donde la única fuente de trabajo son las entidades oficiales; serías desempleado de por vida, término que con mis hermanos hemos bautizado “desplazamiento laboral”.
Para obtener ese apoyo irrestricto de un político, casi que de mecenas, debías no sólo trabajar la política, sino que también ver y callar; olvidarte de todos los principios y valores inculcados en el hogar desde que estabas en el vientre de tu madre. Y es así como cualquier oportunidad de trabajo se ha escurrido de las manos, lo mismo que cualquier sueño de hacer patria.
Vivir aquí no ha sido fácil, es casi una proeza de subsistencia que se aprende a poseer y a ejercer casi que de manera instintiva, cuando ves que todo camina a los codazos. Debes cuidarte hasta de hablar sobre proyectos o ideas, porque no faltan esos ladronzuelos incapaces de producir una de su propio intelecto que se la apropian y que las presentan como suyas, obviamente olvidando mencionar siquiera de quién las escucharon. Todo eso y mucho más nos ha tocado vivir, pero seguimos vivos.
Aburrida de no hacer nada, porque como les digo, trabajo ni por las curvas, pues decidí dedicar mi tiempo al estudio. Fue así como aprovechando que arribó una nueva universidad a Valledupar, estudié Administración Financiera, he hecho más de una docena de diplomados, una especialización en formulación y evaluación de proyectos, otra en gerencia pública, soy gestora en desarrollo local tras estudios realizados con el Ilpes y actualmente, de manera simultánea, estudio derecho, en una melcocha de semestres por eso de las homologaciones y validaciones; y un doctorado en ciencias sociales mención gerencia pública que deseo terminar muy pronto.
Me casé y en medio de esos semestres de estudios empezaron a nacer los deseados hijos, motores de nuestra existencia y según dicen la prolongación de la misma. Puedo decir con gran orgullo que tengo un muy lindo hogar, alegrado con la llegada de esos hermosos seres que exigen ser atendidos y con los que uno a veces no sabe cómo actuar; pero ahí vamos, aprendiendo con ellos y juntos todos, y también “codo a codo” con quien es “mi amor, mi cómplice y todo”…
Si hay algo que siempre me ha “embejucado” han sido las injusticias, la mentira y todo lo nauseabundo que puede expeler el ser humano, sobre todo, contra sus congéneres. Y por luchar contra eso me he ganado a pulso el hecho de que se haya ampliado el espectro de ser radiada, insultada, agredida y que muchos de mis derechos fundamentales hayan sido violados sin el más mínimo temor o pudor. Pero aún así sigo viva, porque creo aprendí muy bien de ese instinto de supervivencia que cuando arribé aquél 22 de diciembre de 1988 en el El Dorado, ignoraba poseía, posiblemente porque en los otros países jamás lo necesité.
Yo sé que los valores están tan invertidos en nuestra sociedad, que se achaca de malo a quienes defienden la legalidad y la justicia y que la corrupción es fomentada, promovida y avalada por los mismos que uno defiende, de ahí que insista, que resulte obcecada y que mi terquedad supere lo imaginable, ya que pese a tanto rechazo de los mismos defendidos y de tantos y tantos denunciados, sigo velando por sus derechos aún en contra de ellos mismos. Aspiro a que algún día entiendan, pero entre tanto, no acepto delegar en amorales mi responsabilidad de madre, y si mi ejemplo es digno de ser imitado por mis hijos, siento que para lo poco que se me ha permitido, he cumplido con ese deseo de mi padre de hacer patria.
Claro, que no todo es malo, hay mucha gente que me respeta, que valora mi trabajo y que me respalda y motiva, y cuando me llegan esas muestras de afecto, las cuales lastimosamente en su mayoría se hacen en privado por temor a los corruptos, me hacen sentir útil a una sociedad que pese a todo amo y por la que seguiré luchando, dando lo único que ella misma me ha permitido dar: garrote a los corruptos!