sábado, 9 de julio de 2011

Albanesas que viven como hombres

Por DAN BILEFSKY | KRUJE, Albania
Pashe Keqi recuerda el día en que decidió convertirse en hombre, hace ya casi 60 años. Se cortó sus rizos largos y oscuros, cambió su vestido por los pantalones de su padre, se armó con un rifle de caza y renunció al matrimonio, los hijos y el sexo.

Durante siglos, en la cerrada y conservadora sociedad rural del norte de Albania, cambiar de sexo se consideraba una solución práctica para una familia con escasez de hombres.

Su padre murió en un duelo a muerte y no había ningún heredero varón. Siguiendo la costumbre, cuenta Keqi, de 78 años, hizo un voto de virginidad para toda la vida. Vivió como un hombre, el nuevo patriarca, con todas las características de la autoridad masculina, incluso la obligación de vengar la muerte de su padre.

Dice que hoy no lo haría, porque la igualdad sexual y la modernidad han llegado hasta Albania. Las chicas albanesas ya no quieren ser chicos. Sólo quedan Keqi y otras 40 vírgenes juradas.

“Antes, era mejor ser un hombre porque se consideraba que una mujer y un animal eran lo mismo”, dice Keqi, que tiene una voz chillona de barítono, se sienta con las piernas abiertas de par en par como un hombre y disfruta bebiendo un trago de raki, licor anisado local. “Creo que hoy sería divertido ser mujer”.

La tradición de la virgen jurada se remonta al Kanun de Leke Dukagjini, un código de conducta trasmitido oralmente entre los clanes del norte de Albania por más de 500 años. Según el Kanun, el papel de la mujer está estrictamente limitado: cuidar a los niños y mantener el hogar. Mientras que la vida de una mujer vale la mitad que la de un hombre, una virgen vale lo mismo: 12 bueyes.

Si el patriarca fallecía sin herederos masculinos, las mujeres solteras de la familia podrían encontrarse solas e impotentes. Al hacer el voto de virginidad, podían ser cabeza de familia, llevar un arma, poseer propiedades y moverse libremente.

Pasaban sus vidas en compañía de otros hombres, aunque la mayoría conservaba su nombre de mujer. Nadie se burlaba; las aceptaban en el ámbito público e incluso las alababan. Para más de una era la forma de reafirmar su autonomía o de evitar un matrimonio concertado.

“Deshacerse de su sexualidad y hacer la promesa de seguir vírgenes era el modo que tenían de acceder al ámbito público en una sociedad segregada y dominada por varones”, explica Linda Gusia, catedrática de estudios sobre sexo en la universidad de Pristina, Kosovo.

Los sociólogos señalan que no debe confundirse el juramento de permanecer virgen con la homosexualidad, un tabú arraigado en la Albania rural. Y las mujeres tampoco se sometían a operaciones de cambio de sexo.

Keqi, llamada pasha (señor) en su hogar, relata que decidió convertirse en el hombre de la casa a los 20 años.

Sus 4 hermanos se opusieron al Gobierno comunista de Enver Hoxha y fueron encarcelados o ejecutados. Era la única manera de mantener a su madre, a sus 4 cuñadas y a los 5 niños de éstas.

“Era completamente libre como hombre porque nadie sabía que era una mujer”, recuerda Keqi. “Podía ir a donde me diera la gana y nadie se atrevía a insultarme porque podía darles una paliza. Sólo estaba con hombres. No sé cómo hablan las mujeres. Nunca he sentido miedo”.

“Ahora hombres y mujeres son casi iguales”, dice Caca Fiqiri, cuya tía Qamile Stema (88 años) es la última virgen jurada de su aldea. “Respetamos mucho a las vírgenes juradas y las consideramos como hombres por su gran sacrificio”.


Quedan pocas mujeres como Qamile Stema, de 88 años, que hizo
un voto de virginidad cuando era joven para vivir como un hombre
y ser tratada como tal.


 

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