Existen personalidades públicas a quienes les gusta mostrarse ante los medios. Por el sólo hecho de ser personajes públicos, ya su intimidad está mermada, y una vez que la pierden es muy difícil que la vuelvan a recuperar. Pero también es cierto que muchos periodistas y medios de comunicación abusan y terminan convirtiendo la intimidad de los famosos en pública, sin respetar muchas veces a sus familias e hijos menores de edad.
El derecho a la privacidad es un mandato Constitucional, pero por tratarse de personas famosas, eso es lo que más vende. De ahí el nacimiento de los paparazzi, a quienes por una foto pueden pagarles sumas astronómicas, y las revistas del jet set o las páginas sociales de los periódicos.
La ética y la deontología profesional deben brotar en cada acto del ejercicio de todas las profesiones. En el periodismo, por vender más y por buscar los periodistas posicionarse en el medio donde trabajan, no respetan la intimidad de las personas y se extralimitan, ocasionando con ello, muchas veces, daños irreparables, argumentando que por tratarse de personajes públicos deben aceptar todo, sin que ello, en muchos casos, resulte de interés público.
Es cierto que muchas personalidades venden su intimidad, pero muchos otros buscan la forma de preservarla a como dé lugar. Sea cual fuere su decisión, debe ser respetada, al igual que se debe respetar al destinatario, porque muchas veces se pasa la fina línea de la información al sensacionalismo chabacano, de forma poco profesional y ética, que poco o nada puede interesar, perdiendo con ello el equilibrio que debe existir y prevalecer entre la intimidad y la información de interés general, lo que conlleva a una pérdida de confianza de la población en el ejercicio periodístico.
Hay casos donde el personaje incurre en actitudes punibles que son de interés general, donde el periodista debe ejercer su responsabilidad social ante la sociedad y transmitirla de forma veraz. Hay casos donde las personalidades se encuentran en la vía pública y son asediados, pero también hay casos donde ingresan a sus residencias, a sus habitaciones y los persiguen al punto de no dejarlos vivir en paz. Esto es reprochable desde todo punto de vista, porque la privacidad es un derecho, y los medios deben esperar a ser llamados por las personalidades cuando deseen manifestarse sobre algo.
Esto sería lo ideal, pero en la realidad no resulta, porque se trata de un mercado desleal y de competencia absoluta, constante, dinámico; donde las “chivas” tienen un precio, cuya inversión trae un beneficio denominado rating que trae consigo mayores utilidades financieras para el medio.
En otras latitudes, la violación al derecho a la intimidad ha sido en reiteradas ocasiones denunciada ante las autoridades. En el caso de las monarquías europeas, las leyes contemplan que se trata de personajes históricos y públicos que se deben a sus pueblos, por lo que deben aceptar esa infiltración constante, pero esto se puso en tela de juicio tras el accidente donde falleció la princesa de Gales Diana Spencer, quien al parecer huía a gran velocidad del asedio incesante de los paparazzi.
Los periodistas deben pensar que la intimidad es un derecho sagrado de las personas y en consecuencia, deben respetarlo, actuando con ética y con responsabilidad social. Es su misión cambiar lo convencional y transformar el ejercicio de la profesión, orientándolo hacia el respeto hacia los demás.
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